Ángel Leiva. Pinturas en La Carbonería.
L O S O T R O S R O S T R O S
P I N T U R A S. Á N G E L L E I V A
Del 17 de enero al 27 de febrero de 2008
INAUGURACIÓN
Jueves 17 a las 20 : 30 horas
L A C A R B O N E R Í A
Levíes, 18 – Sevilla
Viene Leiva (peintre-poète) cultivando, con detenimiento y despreocupación, desde hace ya bastante tiempo, junto a la celebración de la poesía, su esfuerzo más logrado, la celebración de la línea y el color, que es acaso la sensualidad de la pintura… La pintura de Leiva, a medias entre la tenacidad del dripping y su tensión expresiva, no se abandona a la facilidad del resultado, y persiste en mostrarnos que el color posee su propio dominio y cada pintor ha de lograr el gusto que lo aprueba.
La pujanza del color, el vuelco vertiginoso del mismo, la gestualidad del trazo, la autenticidad de las emociones visuales, la apetencia de pintar, son algunos de los rasgos que reposan, sin esfuerzo aparente, en cada una de estas pinturas. Para el pintor toda emoción termina en imagen plástica, y siente que es su emoción, esa que alcanzan sus ojos, y no otra cosa, lo que habita el soporte plano de lo pintado. En esta escurridiza pero delicada operación de pintar, de integrar figuras, motivos vivos de color –de traspasar, rápida, laboriosa y detalladamente lo prendido por el ojo–, y de pintar sin más a la manera de sus maestros –Giacometti, Bacon, Gorky, los informalistas–, con osadía y desenfado, pero sin afectación ni amaneramiento, la primera cosa a la que recurre Leiva es el gesto, el término último la luz, y, dentro de la luz, el esplendor del color. No sé si el hecho de ver puede ir más lejos, pero los ojos prosiguen su tarea cuando la mirada se detiene.
El rostro, que bajo la mirada atenta del pintor, es el asunto en el que se adentra y sobre el que abunda la curiosidad desbordada de esta pintura: todo aire, todo rigor, todo movimiento; obra que busca dar cuenta de la negación tenaz hacia lo indigno, de los brutales vaivenes de nuestro tiempo, aunque fijando a cada instante la desnudez del trazo, juego en el espacio y con el tiempo, y desvelar lo misterioso que encubre: su “maravillosa violencia”… Dando, al fin, lugar a una mezcla de sensaciones vivamente encontradas, y desde donde mostrarnos el valor de usar el trazo, pero también el dejo en la preferencia por la táctica del color para enfrentar lo inesperado. Estas escenas, han sido dispuestas según un ritmo de ver, no en la pretensión de sustituir el tema, sino en la intención de facilitar −al desocupado mirón− el adentrarse en la aventura de ver.
Francisco Lira
La pintura de Ángel Leiva es una extraña fusión de la imagen plástica en los bordes de la abstracción y la poesía de mensaje. No en vano es ya extensa y profunda su obra poética, como esencial en él la condición de poeta, abierto también desde hace muchos años al arte visual. Leiva ha sido siempre un lector avanzado, tanto de poesía como de pintura, capaz de captar lo importante ya sea en las formas tradicionales, o en las más vanguardistas. Desde la fuente literaria popular, cercana al canto, entre el tango argentino y el flamenco puro, hasta la poesía de plena vanguardia, pueden ser fuentes de inspiración, asimilado todo ello en un estilo propio. Su pintura efectivamente es abstracta, sí, pero dejando entrever figuras expresionistas, ojos, bocas, perfiles, todo lo fieramente humano que nos lleva desde César Vallejo a Blas de Otero.
Bajo las sombras se perfilan los trazos oscuros de esos rostros que indican como eje central la problemática humana, la soledad, el amor, el extrañamiento, la mujer, la tierra en un sentido concreto, el suelo mismo, todo un abanico vital que en su caso reside en la memoria y que se proyecta tanto en la palabra como en la imagen con toda su carga de misterio, de magia.
Rafael de Cózar
Leiva ha reunido un corpus considerable de obras donde rompe con lo figurativo y plantea el conflicto de lo racional con lo irracional, entre el color y la forma, logrando un equilibrio harto difícil de la expresión a través de lo abstracto. Algo que en el cuadro se transforma en unos estallidos cromáticos inquietantes, desde donde asoma la clara denuncia de su compromiso con el hombre.
Manuel Abad
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